Cuenta Don Prisciliano, que en el año de 1949, a él y Don Regino Gómez, su amigo, les gustaba salir a cazar por las noches. Caminaban por la calle Cedral hasta llegar a lo que se conoce hoy como Club de Golf.
Listos para cazar, Prisciliano y Regino cómo el aire de la noche movía aquellas ramas espesas de los cedrales, hasta hacerlas sonar, los grillos y las chicharras cantaban, uno que otro insecto hacía ruiditos extraños a los que él y su amigo, terminaron por acostumbrarse. El frío inclemente los indujo a fumar mientras esperaban a que saliera su primera presa. Pero nada ocurría.
La apresura de los árboles hacía más negra la noche y el menor ruido era el indicador de insólitas suposiciones. En medio de aquel silencio y oscuridad, Prisciliano se inquietó de repente al oír un quejido entre los árboles, mismo que se iba percibiendo cada vez más cerca. Asustado, se dirigió a su amigo, a quien lo preguntó:
– ¡Regino! ¿No oyes como a la Llorona?
Ansioso de la espera por cazar, Regino le contestó con displicencia:
– ¡ Cuál Llorona!
– ¡Si, es la Llorona! ¿O no?
Volvió a preguntar Prisciliano, pero esta vez, dudosamente; a lo que Regino arremetió incrédulo y con enfado:
– ¡Noo! ¡Tas loco!
Prisciliano sintió escalofrío por todo su cuerpo, al punto de parecerle que se le “paraban” los pelos, del susto, pero se quedó callado ante el enojo de su amigo. Siguieron aspirando las últimas bocanadas de cigarro; a Regino, lo único que le importaba era soltar el primer tiro de aquella noche.
Al poco rato, nuevamente se escuchó el lamento, era un lamento extraño, como ahogado, casi inaudible, que poco a poco se extinguió con el ladrido de los perros desesperados, que enseguida comenzaron aullar. “¿Perros? Cuales perros, si aquí no hay”. Alguno de ellos pensó para sus adentros. Inquieto. Regino miró fijamente a Prisciliano y le pidió, casi ordenándole, que se asomara a mirar:
– ¡Ni mangos, yo no voy! – replicó su amigo, quien ya antes le había advertido de aquel rumor.
Ninguno de los dos se atrevió a ir en busca de la presencia extraña; solo sus oídos fueron testigos de ese llanto que sutilmente se quedaría para siempre en su recuerdo. Ambos miraron en dirección de las piedras y de los arbustos de donde creyeron que provenía el sollozo, esta vez, con más claridad. Ahora los dos habían oído.
– ¡ Ah cabrón, pues creo de veras! – dijo Regino, ya sin dudar.
Salieron corriendo como pudieron, tropezaron con las piedras y ramas que estaban a su paso. Avanzaron la más rápido que pudieron, pues aquella mujer en vez de caminar flotaba, sus pies no tocaban el piso.
– ¡Ándale, córrele que allí viene! – gritó Prisciliano, quien no dejaba de correr.
– ¡ Aaay mis hijos! -vociferó la Llorona.
Siguieron corriendo hasta que se escondieron detrás de unas piedras y observando alrededor de cada tronco. Cuando Regino vio aquel ocote, pudo percibir a lontananza la figura de la mujer que flotaba en el aire.
– ¡Mira! – le dijo a Prisciliano, pero éste no se atrevió a ver nada y de vuelta salió comiendo y gritando:
– ¡Yo ya me voy, mira la tú!
– ¡Espérate! -increpó Regino.
-¡Espérate, tus narices! ¡Yo ya me voy!
Como pudo, Prisciliano le quitó el casquillo a la escopeta mientras seguía corriendo. No fuera ser que por un mal paso esta, junto con él, tronaran, elevándolo al más allá. Regino, en cambio, se quedo atento al espectáculo de la llorona, hasta que la mujer lo miro como si hubiera dado cuenta de qué él, escondidas, la observada. Sintió su mirada pétrea y ausente, y lo peor fue que al mirarla, esta tenía la cara de caballo. Aterrado, salió corriendo detrás de Prisciliano, quien ya la llevaba cierta ventaja de por medio. Cuando lo alcanzo, Regina le intentó echar los brazos al cuello. Pero su amigo manoteo rechazándola.
– ¡Ahora, tú, estate quieto! ¡No me quieras abrazar! -indignado, Prisciliano, continuó- ¡Ves, te lo dije y no me creíste! ¿Y a qué te quedaste, qué le viste? – le preguntó en un tono inquisitivo y burlón.
-¡No, nada! ¡Nomas le alcance a ver sus patas! ¡Qué ni tocaban el piso! ¡Y su cara de animal! ¡Mira, tienta mi corazón!
-¡No, ni maíz! ¡ tú nomás me quieres abrazar! Si no me chupó la llorona, menos me vas a chupar tú. -Repuso Prisciliano, ahora riéndose nerviosamente, jadeante y tembloroso.
Dice don Prisciliano, que así como esta historia, San Pedro mártir ha sido testigo demás mitos y leyendas fantasmales, de Nahuales, brujas, muertos y demonio. Pero que la menos mala es la llorona, porque sólo se lamenta de una injusticia: le mataron a sus hijos y por eso vive penando.
Mitos y Leyendas de los Nueve Pueblos, CONACULTA.